ECONOMÍA

El dinero nunca muere; los billetes y monedas sí

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El dinero nunca muere; los billetes y monedas sí
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Bankia

08 Mayo, 2017


“Maldito parné”. El dinero tiene mala fama: desde la culpita de que María de la O dejase al gitano que fue su querer hasta las treinta piezas de plata que los evangelios le asignan a Judas. El poeta lo tilda de Poderoso Caballero. Pero alguna utilidad tendrá si la humanidad se ha encargado de mantenerlo vigente y hacerle algún arreglo de fachada de vez en cuando. Parece que nos dirigimos a uno más.

El dinero ha evolucionado al ritmo que lo han hecho las necesidades y las oportunidades de las sociedades que lo utilizan. Ya hemos contado en este mismo blog esa transformación a lo largo de los milenos que nos separan de las conchas (los cauris) que servían para comprar y vender productos en la antigüedad.

Los metales preciosos y su acuñación en moneda supusieron un salto en el comercio entre sociedades distintas. Con el transcurrir de la historia se despojó del valor intrínseco que tienen el oro y la plata al recurrir a monedas y billetes cuya capacidad de pago residía en la confianza que se depositaba en ellos: se suponía que estaban respaldados por los metales preciosos de la entidad que los emitía.

Y, con el abandono del patrón oro, la confianza es lo único que dota de valor a nuestro dinero: papel moneda y dígitos almacenados en ordenadores.

El cambio ya pasó

La forma que toma el dinero tiene que tener dos virtudes: ser fácil de guardar y fácil de transportar para realizar los intercambios.

En lo referido al almacenamiento, la informatización hace décadas que cumple perfectamente ese papel. Hace ya mucho tiempo que el dinero es, principalmente, informático: el saldo de nuestra cuenta corriente son anotaciones guardadas en los servidores del banco.

Tu dinero, mucho o poco, no lo tienes en billetes guardados en un cajón de casa. Tampoco son billetes que lleven tu nombre y estén en una caja fuerte del banco, con un panel separándolos de los de otros clientes. Tu dinero es, principalmente, lo que tengas a tu disposición en cuentas corrientes u otros productos financieros.

En cuanto a la segunda virtud, la del transporte, es en la que las monedas y billetes siguen teniendo su espacio, aunque cada vez más reducido. El tintineo de metales aún precede al pago del café en el bar, pero el plástico de las tarjetas está ganando la batalla: se ha convertido en el estándar con el que llevar dinero de un sitio a otro.

Hace unas semanas descubríamos que los españoles usan ya más la tarjeta que los cajeros automáticos. Si a este cambio en los hábitos de consumo le sumamos las pretensiones de la UE, que no terminan de concretarse, para restringir las transacciones en metálico, tenemos un cambio de aspecto del dinero.

Pero el éxito de las tarjetas, en su plastificado aspecto al menos, puede ser efímero. El empuje de los dispositivos conectados, principalmente los móviles pero no solo, es incontenible. Pero, por el momento, parece que tarjeta física y medios de pago digitales se complementan bien y pueden tener una relación duradera.

En definitiva, aunque no hay que tener prisa por enterrarlo, el papel moneda parece estar llegando a su ocaso. Y se le despedirá con honores por los servicios prestados, pero sin traumas porque, como señala el antropólogo israelí Yuva Noah Harari en su exitoso libro Sapiens. De animales a dioses: “El dinero no son las monedas y los billetes. El dinero es cualquier cosa que la gente esté dispuesta a utilizar para representar de manera sistemática el valor de otras cosas con el propósito de intercambiar bienes y servicios”. Y el dinero no muere, solo se transforma.

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